Dicen que las rupturas son aprendizajes disfrazados de catástrofes. Que el corazón roto es solo una versión mejorada del que teníamos antes, con una que otra cicatriz que le da carácter. Pero a ver, si todo es tan bonito en retrospectiva, ¿por qué se siente como si te arrancaran el alma con una cucharita de café en el momento? He pasado por varias de esas lides, y aunque cada una ha sido diferente, hay algo en lo que todas coinciden: ninguna ha sido fácil y, honestamente, no estoy preparado para volver a sentirlo.
1. Mi primera tusa: el bucle del autoengaño
Casi cinco años de relación y terminar se convirtió en un plan de fin de semana. Si eso no es un mal augurio, no sé qué lo sea. Pero ahí estaba yo, acumulando kilómetros de desprecios, palabras hirientes disfrazadas de verdades necesarias y regresos boomerang que solo alimentaban mi inseguridad. Creía que nadie más podría encontrar mi «peculiaridad» atractiva, así que mejor lo malo conocido. Spoiler alert: eso nunca funciona. Y menos cuando tienes menos de veinte años y todo parece una tragedia shakespeariana.
2. La segunda: entre lentejas y decisiones extremas
Si la primera relación fue un bucle, la segunda fue un acelerador sin frenos. Nos fuimos a vivir juntos en tiempo récord y la economía de la casa se resumía en lentejas con arroz. Cuando la necesidad entra en la relación, el amor sale por la ventana. Y salió con tanta fuerza que lo que debió ser una ruptura normal se convirtió en una escena de terror digna de una película de Ari Aster. Me fui de la ciudad, me reinventé en Bogotá y aprendí que quedarse a limarse los cuernos no es opción.
3. La tercera: cuando no tienes ni idea de nada
Esta relación fue un servicio social para quien tuvo que aguantar a un hombre que no sabía qué hacer con su vida (o sea, yo). Estaba desorientado, sin estabilidad ni emocional ni profesional, y aunque nunca justifico la infidelidad, el golpe más duro no fue la traición en sí, sino la narrativa de que todo fue mi culpa. Y aquí me hubiera gustado haberle dicho a ese Mateo que se sentía un desastre: Cuando una relación fracasa, la culpa es de dos. No te sientas una mierda por no haber cumplido expectativas ajenas. A la larga, ganaste.
4. La cuarta: no todo lo que brilla es amor
Hay relaciones que ni siquiera deberían llamarse así. Nunca entendí por qué me dolió tanto algo que, en el fondo, no era real. Me veía más como su community manager que como su pareja, y aún así, me tragé la historia como si fuera amor. Salir con alguien saliendo de una relación es la peor inversión emocional que puedes hacer. No lo recomiendo, a menos que te guste jugar a la ruleta rusa con tu autoestima.
Honestamente he tenido otras perdidas de intentos de parejas, que aunque pudieron oficializarse o no me lastimaron. Me dejaron una cicatriz pequeñita de la que tuve que aprender porque la ilusión también duele. De todas estas rupturas saqué algo en claro: el amor no es un chequeo de calidad para validar quién eres. No hay que cambiar ni transformarse para encajar en las expectativas de alguien más. Hoy, en este momento de mi vida, estoy tranquilo. Me siento amado, porque finalmente aprendí a amarme a mí mismo primero y luego me di esa hermosa oportunidad. Y aunque no quiero volver a pasar por una tusa, si algo he aprendido es que siempre salimos al otro lado. Nunca estamos listos para terminar, pero siempre tenemos que aprender a empezar de cero.
Buenos días estoy pasando por una tusa pero siento que fue si fuera toda una vida y tan solo fue un mes es difícil tomar la decisión de no hablarle más sobretodo porque hay una enfermedad compleja de por medio no quería lastimarlo pero el fue que dijo no más y no fue sincero desde el día uno se disfrazo de palabras bonitas,regalos y yo ahí como estúpida cai y fue muy feo porque mi parcial fue terrible entonces yo no estaba lista para una relación y el debía aprender a recibir amor y gracias esto inspira mucho