Visitando camas, después de los 30.

Me molesta muchísimo cuando la gente se toma el atrevimiento de juzgar la vida íntima de los demás. Es como si todos tuvieran una vara mágica capaz de medir con total exactitud lo que está bien y lo que está mal. En algún momento de mi vida, muchas personas le daban una importancia casi religiosa a la reputación. Cuando era adolescente, había una presión constante por no ser virgen, pero tampoco «pasarse de maraca» con el placer físico. Sin embargo, a los 30, nadie habla de virginidad, nadie cuenta cuántas personas han pasado por nuestras vidas. En mi caso, perdí la cuenta hace una década, y ¿saben qué? No es algo que me preocupe.

Lo que realmente me preocupa es que después de los 30, seguimos pensando que una vida sexual activa podría impedirnos tener una relación seria. La verdad es que una relación sana se construye con tu presente, no con las huellas que en algún momento dejaron en tu colchón.

Hace un par de días, tuve una conversación íntima con dos amigos. Una de ellas me compartió que está viviendo un despertar sexual a sus 36 años, algo que nunca había experimentado antes. Ahora está más abierta a tener encuentros fortuitos, aunque no siempre resulten en algo significativo. Simplemente quiere experimentar, pero teme que en esas experiencias se pierda la oportunidad de encontrar algo serio.

Fue entonces cuando ella, con mucha perspicacia, me preguntó: «¿Y tú, Mateo, en qué etapa estás?» Esa pregunta me hizo reflexionar de inmediato sobre mi propia etapa de vida.

Evidentemente, ya no estoy en la etapa de «sierra eléctrica» talando todo a mi paso, porque esa la viví en mis 20s antes de mudarme a Bogotá. Sin ánimo de presumir ni de ser juzgado, soy consciente de que tuve una época en la que me dediqué a experimentar en la parte íntima con todo y muchas veces. Creo que lo único que no hice, fue porque no me generaba ningún tipo de placer. Pero del resto, sí, sin vergüenza, a todo.

La verdad es que ya no me veo en la escena de conocer a alguien, ver qué sucede, y si sucede, que ocurra rápido para pedir un carro e irme. Qué pereza. Recuerdo esos días en los que, sin importar la hora, yo estaba en un carro listo para ver dónde estaba la oportunidad porque sí, me quería comer al mundo. Literal.

Pero después de que la efervescencia pasaba, me quedaba un vacío tan grande que solo intentaba llenar con más de lo mismo. Pero son etapas. Cada una es diferente y nos lleva a descubrir más de nosotros mismos. Ahora estoy con una persona que, aun sabiendo lo loquillo que fui en esa etapa de mi vida, nunca ha tenido el atrevimiento de juzgarme. Al final de cuentas, cuando estás con alguien, estás con su presente.

Quizá esa sea la verdadera clave: no se trata de cuántas camas visitaste en tus 20s, sino de cómo te levantas cada mañana en la cama que has elegido ahora, a tus 30s.

¡No Te Pierdas Nada!
Únete a Nuestro Boletín Semanal!

Recibe lo Mejor de MR.Blog Directamente en Tu Bandeja de Entrada