Sin falsas modestias y con cero vergüenza: hay cosas para las que simplemente no soy bueno. Lo admito sin drama ni pelos en la lengua. A ver, con esfuerzo, estudio y práctica uno puede mejorar en casi cualquier cosa. Me pasó con la cocina: hace dos años se me pegaba hasta el agua y hoy preparo platos que me sorprenden a mí mismo.
Pero cantar… bueno, eso es otro cuento. Creo que lo hago muy bien, pero sé que suena terriblemente mal. Y no me molesta ni me avergüenza, aunque confieso que me da algo de cringe.
Lo curioso es que, así como soy honesto con mi capacidad o «discapacidad» vocal, parece que muchas personas no lo son. Hay quienes cantan tan mal que me pregunto si alguna vez han tenido una voz interna diciéndoles que prueben con otra cosa. Porque, sinceramente, si amas la música, ¡genial! Pero tal vez un instrumento sea un camino más amable para el resto de nosotros.
Aclaro: la música es arte y, como tal, la calidad es subjetiva. Lo que para mí es una tragedia vocal puede ser el descubrimiento del año para alguien más. Ejemplo claro: Camilo. Admitámoslo, cuando volvió a la música, todos dudamos si estábamos escuchando a una ardilla, una niña o una broma. Hoy, gana premios a lo grande y hasta los más grandes quieren colaborar con él.
Pero aquí va mi dilema: cuando alguien canta mal y, además, está empeliculado, entro en crisis. Me pasa especialmente con quienes cierran los ojos, miran al cielo como si recibieran el soplo de la rosa de Guadalupe y terminan dedicándoselo a «todas las mamacitas». En ese punto, no sé si reírme, salir corriendo o sugerirles que prueben con la pintura.
Ahora, no soy tan cruel como para romperle la ilusión a nadie, pero tampoco voy a mentirles diciendo que suenan como Ariana Grande. Entonces, opto por la diplomacia: les cambio el tema rápidamente. Algo como, “Oye, ¿has visto los videos nuevos de Luisa Fernanda W.?” y salimos todos del momento bochornoso.
Curiosamente, esto no me pasa en los karaokes. Ahí soy el primero en apoyar al que lo hace peor, porque, con un par de tragos encima, esos momentos son pura diversión. Incluso, les pido otra canción y aplaudo como si fueran la gran estrella de la noche.
En conclusión, ser honesto con uno mismo es clave. Hay que saber para qué eres bueno, para qué no tanto y, si realmente lo amas, trabajar duro para ser el mejor. Pero si algún día te encuentras cantando y yo empiezo a hablarte sobre la caída de la moneda turca, ya sabes lo que está pasando.