Al mejor estilo del acto penitencial católico: Hoy yo confieso.
Confieso que en algún momento fui un romántico práctico. Un estratega del amor, un Houdini de las emociones. Maté el romance por conveniencia y por pánico. Pánico a caer entusado en el fondo de un pote de helado y terminar con un playlist de Arjona en loop.
Confieso que más de una vez me repetí a mí mismo que ya lo había superado, pero si me emborracha un… no respondía. Mi yo del pasado probablemente intentaría obligar a algún amor a desearme solo para después dejarle como me dejaron. Pero, por suerte, mi yo de hoy está demasiado ocupado viviendo su mejor vida como para planear venganzas sentimentales de bajo presupuesto.
Confieso que alguna vez creí en el amor a primera vista, pero, siendo honestos, muchas veces solo fue una excusa refinada para terminar en la cama con alguien más rápido de lo que mi reputación consideraría decente.
Confieso que el fuego de las relaciones me ha fascinado… y también me ha dejado cicatrices. Pero, con los años, aprendí a echarme pomadita emocional y a entender que hay heridas que no se curan con tiempo, sino con terapia y un poquito de dejar de insistir en lo que no es para uno.
Confieso que solía escribir sobre el amor en pasado. Porque dolía. Porque era más fácil diseccionar lo que se perdió que vivir lo que estaba frente a mí. Pero ahora, con más de una lección en la maleta, entiendo que el amor no se trata de certeza, sino de confianza en el proceso. Y, bueno, de encontrar a alguien que no haga que quieras lanzarte por la ventana después de tres meses de convivencia.
También confieso que lo que pensaba que necesitaba, no era realmente lo que quería. Porque en estos años me di cuenta de que el amor no se busca como quien busca el control remoto entre los cojines del sofá. El amor —el real— te encuentra cuando ya no estás buscando desesperadamente quién te caliente los pies en una noche fría.
Así que aquí estoy, en paz con mi destino, sin intentar sorprenderlo. Sentado, esperando que la vida me sorprenda a mí. Porque, por primera vez en mucho tiempo, ya no tengo prisa.
Y eso, mis amigos, es amor.