El beso de axila y otras aberraciones modernas (¿En qué momento nos desviamos tanto?)

No sé en qué momento la humanidad perdió el rumbo, pero lo hizo. Y lo digo con pruebas, no con opiniones.

Hace poco, en una de esas conversaciones entre amigos que comienzan inocentes y terminan con alguien googleando cosas que jamás debieron ser descubiertas, salió el tema de los puntos X en la intimidad. Esos detallitos que pueden transformar una noche prometedora en un trauma digno de terapia.

Ahí estaba yo, con mi café en mano, sintiéndome seguro en la compañía de adultos funcionales, hasta que alguien mencionó:
— A mí me encanta que me laman la axila.

Silencio absoluto.

Hubo un momento de reflexión colectiva, una pausa dramática digna de película de suspenso. No sé si era mi cara de horror o el hecho de que, al parecer, nadie se atrevía a decir que eso es una ABERRACIÓN, pero el debate estalló.

¿Cuándo chupar axilas se volvió sexy?

Con el debido respeto, pero ¿¿QUÉ?? ¿En qué momento pasamos de besar cuellos a lamer glándulas sudoríparas? ¿Quién autorizó esta evolución del erotismo?

Yo no soy ningún puritano, pero hay límites. La axila tiene una función clara: sudar y ser disimulada con desodorante. Ahí termina su misión en la vida. Lo que no entiendo es qué placer puede haber en pasarle la lengua a una zona que, con suerte, sabe a jabón y, con mala suerte, a… bueno, a lo que sea que ocurra en un día caluroso.

Pero no solo es el acto en sí, no. Es lo que viene después: el beso post-chupada de axila.

Porque claro, después de semejante expedición por la jungla del sobaco ajeno, la otra persona cree que lo lógico es ir directo a tu boca. A ver, mi amor, NO. Eso es básicamente hacer gárgaras con Rexona y luego querer compartir la experiencia.

A mí eso no me lo enseñaron en educación sexual. Lo único que aprendí sobre axilas en mi vida fue que hay que lavarlas y que si se irritan, el bicarbonato ayuda. De ahí a meterlas en el menú del erotismo, hay un abismo.

Los besos tienen estándares, amigos

Hay besos deliciosos: el francés, el mordisquito juguetón, el beso con susurro al oído, el que deja con ganas de más. Y luego está el beso desodorante, que te deja la boca más seca que un chisme sin pruebas.

Vamos a ser realistas: uno no chupa lo que luego no quiere besar. Por eso nadie en su sano juicio le pasa la lengua a la esponja del baño.

Entonces, queridos exploradores del underarm delight, dejen de intentar vendernos esta moda. Hay zonas erógenas que no ponen en riesgo el sentido del gusto ni la dignidad. ¿Han probado las corvas? ¿La espalda baja? ¿El cuello? Ahí hay oro puro.

¿Es cuestión de gustos o de sentido común?

Aquí no quiero sonar cerrado de mente. Cada quien con su fetiche. Pero hay líneas rojas que deberían venir en el manual universal del amor propio.

Si tú eres de los que disfrutan esto, solo te pido una cosa: cuando te pida un sorbo de tu bebida, di que no. Porque mi tolerancia tiene un límite y compartir fluidos axilares indirectamente NO ESTÁ EN EL CONTRATO SOCIAL.

Así que, en resumen:

  • Desodorante en la axila, no en la lengua.
  • Explora zonas sensuales sin parecer un oso hormiguero en búsqueda de alimento.
  • Si me besas con sabor a Old Spice, te mando a dormir a la sala.

Con amor, alguien que valora sus papilas gustativas.