La emoción me desbordaba; una felicidad indescriptible recorría mi cuerpo. Hace unos meses, mis amigos de Ebenezer Bogotá me desafiaron a participar en el Cuchilla Run – La Revancha, una carrera en el Alto de La Cuchilla de Guasca, Cundinamarca. Sin experiencia previa en este tipo de competencias, acepté el reto.
La distancia, 11 kilómetros, era considerable para un novato, sumada a la altitud de 3.365 metros sobre el nivel del mar que debía alcanzar.
No reflexioné demasiado al respecto hasta el día anterior a la carrera, cuando comprendí que no había forma de evadir este compromiso.
Llegué 45 minutos tarde al punto de partida debido a problemas logísticos. Debí decidir si correr, sabiendo que prácticamente estaba fuera de competencia. Me até los zapatos y comencé.
¡Qué experiencia tan increíble! Sabía que, si terminaba, ganaba; y si me rendía, no perdería, pues era mi primer intento.
Durante una hora y 43 minutos estuve trotando, disfrutando del paisaje, sonriendo cada vez que las personas a mi alrededor me alentaban, sintiendo la lluvia, el sol y el viento. Mi cuerpo enfrentándose a mi mente. Al finalizar, cuando me colocaron la medalla de ganador, experimenté una sensación que atesoraré toda mi vida.
Me siento como el ganador que llegó al último, porque llegó. Y eso lo es todo.
Siempre es bueno competir contra uno mismo