Cuando el filtro no filtra la estupidez

—Nada peor que un bobo con conocimientos de Photoshop.

Fue lo primero que le solté a Ana, mientras ella, con la dignidad hecha trizas, se bebía el vaso de agua que me pidió apenas entró a mi apartamento.

—Es que ni siquiera parecen editadas las fotos, no puedo ser tan de malas en la vida —se lamentaba, con el tono de quien acaba de ser estafada en una pirámide financiera.

Y, para ser justos, el tipo en Instagram se veía casi perfecto. Sonrisa de galán de telenovela, mandíbula cincelada por los dioses del retoque y un dominio de la luz y el ángulo que hasta Annie Leibovitz envidiaría. Casi me dieron ganas de preguntarle qué app usaba.

Yo, con la desconfianza de alguien que ha visto demasiados milagros digitales en redes, decidí que la única forma de entender el nivel de tragedia era ver al susodicho en vivo y en directo. El tipo estaba afuera en el carro, esperando a que Ana “recogiera su cargador” (detalle que era más falso que influencer diciendo que “le cambió la vida” una botella de agua alcalina).

Así que me asomé, con la mejor de mis sonrisas, listo para encontrarme con el Adonis digital.

Y ahí estaba.

Para ser honesto, no era un completo fraude. No era el doble de Chris Hemsworth ni el hijo no reconocido de David Beckham, pero tenía su tumbao. Algo de lo que prometían las fotos estaba ahí… hasta que abrió la boca.

Miren, yo le perdono los retoques, le perdono que le haya vendido a Ana el cuento del amor eterno vía DM, incluso le perdono que haya manejado cuatro horas para conocerla. Pero lo que no le perdono, lo que NO tiene justificación alguna, es que tuviera un habladito más baboso que flan mal cuajado.

Ana, que hasta ese momento aún tenía fe en la humanidad, me miró con desesperación. Y yo, con la crueldad necesaria para estos casos, le devolví la mirada de “Mamacita, usted se metió en esto sola”.

Yo no sé ustedes, pero mis expectativas emocionales se han ido al carajo más de una vez cuando una cara bonita abre la boca y lo único que sale es una sopa de estupideces. Es un fenómeno fascinante: ¿cómo alguien puede verse tan bien y hablar TAN MAL? Es como si creyeran que un filtro Valencia en Instagram puede compensar la falta de neuronas.

Al final, Ana salió de la cita con el corazón intacto y la dignidad en recuperación. Me lo contó después, confesando que por un segundo pensó en darle una oportunidad… hasta que él, con la seguridad de quien cree que está haciendo historia, le dijo:

—Beshito, mamashito.

Y ahí sí, ni Photoshop lo salvó.