Cuando el amor se va… pero su cepillo de dientes se queda

En el 2011, yo era un romántico perdido. Creía en los grandes gestos, en las historias que desafían la lógica y, por alguna razón, en que dejar un cepillo de dientes en mi baño significaba compromiso.

Las cosas iban tan bien que, en un acto casi simbólico, esa persona dejó su cepillo junto al mío. Para mi yo de entonces, eso era algo grande, una bandera clavada en el territorio del amor.

Pero como en toda historia que promete desastre, esa persona tuvo que irse.
A enfrentar crisis existenciales, o —según la teoría más lógica— a dejar más cepillos en otros baños.

Eso sí, me dejó una promesa: «Voy a volver.»

Así que esperé.
Esperé mensajes.
Esperé señales.
Esperé, como un idiota, mientras el cepillo se llenaba de moho.

Y ahí estaba el gran dilema: ¿realmente esperaba a esa persona, o solo me aferraba a la idea de lo que creí que teníamos?

El amor no se mide en cepillos de dientes abandonados, ni en promesas sin fecha. Se mide en presencia, en hechos y en querer estar.

Mi yo del 2011 pensaba que el amor era esperar. Mi yo de hoy sabe que quien quiere estar, simplemente está.

Así que, si tienes un cepillo de dientes en tu baño esperando a alguien que nunca vuelve, tíralo. El amor que vale la pena nunca te deja en pausa.