Cómo duele el adiós

Hace una semana se fue Milo, mi compañero de vida por trece años, y lo que sentí fue un golpe que no vi venir, aunque en el fondo sabía que un día llegaría. Porque, a ver, podemos estar listos para muchas cosas en la vida, pero no para las despedidas definitivas. Y no me refiero solo a las relaciones, sino a esos seres que no te dejan por un malentendido o un desliz, sino porque ya no pueden estar aquí. Y ahí es donde se siente el verdadero vacío, ese que no se llena con excusas o segundas oportunidades.

Con Milo me di cuenta de algo: uno nunca está preparado para la ausencia total. No importa cuántas veces te digan que la vida es un ciclo y que la muerte es parte de él, cuando te toca despedirte de alguien que realmente importa, todo eso suena a cuento chino. No hay curso, manual ni consejo de mamá que te prepare para el momento en que un ser que amas deja de estar, así, sin más.

En estos días, he pensado mucho en cómo lidiamos con el duelo. Porque si te soy sincero, el «ya pasará» o el «con el tiempo estarás mejor» no me convence. Nos enseñan a hacer malabares con el dolor, a tragárnoslo o a seguir adelante, como si fuera tan fácil. Pero ¿cómo sigues cuando lo que te falta es algo que no puedes reemplazar? Aquí no hay regalos de consolación ni frases de ánimo que te preparen para ese tipo de vacío. Es el tipo de pérdida que duele en lo más profundo, y lo peor, no tiene arreglo fácil.

Lo que sí he aprendido es que, al menos, podemos encontrar maneras de exteriorizar ese dolor. Porque, a ver, tragarnos el duelo no es una opción. La pérdida no es algo que simplemente superas; es algo con lo que aprendes a convivir. Y ahí es donde está la clave: no se trata de olvidar, sino de recordar con propósito, de encontrarle valor a esa despedida que parece no tener sentido. De alguna manera, ese proceso es el único camino que tenemos para honrar lo que fue.

Sé que muchos han pasado o pasarán por algo similar. Y si algo puedo decirles es que está bien no estar bien. Lo que no está bien es hacer como que nada ha pasado. Las despedidas no tienen un manual, pero sí una verdad universal: son difíciles. Así que no hay por qué apresurarse en dejar atrás el dolor; cada uno lo vive a su manera. Eso sí, siempre buscando cómo hacer que esa tristeza tenga sentido, porque al final, lo que más nos duele es lo que más amamos.

¡No Te Pierdas Nada!
Únete a Nuestro Boletín Semanal!

Recibe lo Mejor de MR.Blog Directamente en Tu Bandeja de Entrada

Un comentario

  1. Mateo yo tengo una perrita hace 17 años es mi compañera de vida y hace 4 años tengo un gato y una gata que se volvieron mi mundo y sé que nunca voy a estar preparada a qué me falten y cuando me dicen no los humanice yo solo puedo decir ellos me hicieron más humana y me llenaron de propósitos.
    Te abrazo y te acompaño en este momento.

Los comentarios están cerrados.