Siempre he pensado que el momento en que alguien te dice «Déjame darte un consejo» es cuando más alerta debemos estar. No porque los consejos sean malos de por sí, sino porque hoy en día parece que todo el mundo tiene algo que decir sobre cómo deberíamos vivir nuestras vidas. Ya sea en redes sociales, conversaciones casuales o incluso con gente cercana, los consejos abundan. Pero… ¿cuántos de ellos realmente valen la pena?
Recuerdo una situación reciente que me hizo reflexionar sobre esto. Una amiga, con toda la buena intención del mundo, me dijo: “Si usted me lo permite, yo le voy a dar un consejo”. Y, sin pensarlo demasiado, le respondí: “No, no te lo permito, no me lo des”. Mi reacción, aunque puede parecer brusca, no fue fruto de un mal día ni de querer ser grosero. Simplemente, he aprendido a ser selectivo con los consejos que decido escuchar. Porque, a ver, seamos sinceros, no todos los consejos son útiles o, peor aún, no todas las personas que los dan están capacitadas para hacerlo.
Este fenómeno se ha exacerbado con la era de las redes sociales. Ahora todos se sienten con autoridad para hablar de lo que sea: desde cómo deberías manejar tus relaciones amorosas hasta la mejor manera de gestionar tu tiempo. Lo paradójico es que muchos de esos «expertos» ni siquiera aplican lo que predican. Es como si, de repente, tener un perfil con varios seguidores te diera una especie de doctorado en la vida. Y lo más loco de todo es la cantidad de personas que toman esos consejos al pie de la letra, como si se tratara de una verdad absoluta.
No quiero sonar como alguien que no aprecia un buen consejo; al contrario, hay momentos en la vida en los que escuchar a los demás puede marcar la diferencia. Sin embargo, creo que la clave está en la coherencia. ¿Cómo voy a tomar en serio un consejo sobre salud de alguien que claramente no cuida de la suya? O, peor aún, ¿por qué escucharía a alguien hablar sobre relaciones amorosas si esa persona nunca ha tenido una relación estable? Es como pedirle clases de canto a alguien que no afina ni una nota.
Si algo he aprendido es que la experiencia es lo que realmente te da credibilidad. No es lo mismo leer sobre algo o haber visto videos al respecto, que vivirlo en carne propia. Por eso, si me vas a dar un consejo, prefiero que sea porque lo viviste, lo aplicaste y te funcionó. De lo contrario, ¿qué valor tiene? Todos podemos teorizar sobre cómo deberían ser las cosas, pero al final del día, lo que realmente cuenta es lo que has aprendido a través de tus propias vivencias.
Este tema me hace pensar en lo saturados que estamos de información. ¿Cuántas veces al día recibimos mensajes diciéndonos cómo deberíamos vivir? Desde cuentas de Instagram que nos dicen qué comer, hasta posts virales que te dan la clave para ser exitoso. Pero, ¿cuántas de esas personas realmente practican lo que predican? Es aquí donde cobra importancia lo que elijo escuchar. Porque, al final, no es que quiera vivir en una burbuja sin opiniones externas, pero sí quiero asegurarme de que las voces que escucho son coherentes con lo que pregonan.
Creo que una de las peores trampas en las que caemos es en pensar que más consejos es igual a más claridad. A veces, demasiadas voces solo crean más ruido y nos alejan de nuestra propia intuición. La vida no es una fórmula exacta; no hay un consejo único que se aplique a todo el mundo. Lo que funciona para mí, puede no funcionar para ti. Y está bien, esa es la belleza de la individualidad.
En resumen, no se trata de cerrar los oídos a todo el mundo, pero sí de aprender a ser selectivos. ¿Por qué? Porque no todas las voces tienen el mismo valor. Algunas son simplemente ruido, mientras que otras pueden realmente ayudarte a ver las cosas desde una perspectiva que no habías considerado antes. La experiencia, al final, es lo que da credibilidad. Todo lo demás… bueno, son solo palabras.
Así que, la próxima vez que alguien te diga «Déjame darte un consejo», antes de asentir automáticamente, pregúntate: ¿esta persona vive de acuerdo con lo que está a punto de decirme? Y si la respuesta es no, no tengas miedo de hacer lo que yo hice: «No, no te lo permito, no me lo des». Porque a veces, el mejor consejo es aprender a confiar en nuestra propia experiencia.
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